Passaglia: “El turismo religioso es una vidriera enorme para San Nicolás”
Santiago Passaglia, intendente del partido nicoleño, sostiene que la religión es clave para dar visibilidad y valor agregado a la ciudad.
Con 166.000 habitantes según el último censo del INDEC, San Nicolás de los Arroyos se caracterizó siempre por ser una ciudad que se mueve a un ritmo lento la mayor parte del año. El centro de la ciudad concentra la actividad administrativa, con la plaza Mitre como punto de referencia. En los últimos años, se concretaron obras y proyectos como edificios públicos, bancos y locales comerciales. El tránsito urbano, por su parte, suele ser moderado. Según la Agencia Nacional de Seguridad Vial, por la Autopista Rosario-Buenos Aires (la cual atraviesa el partido) circulan unos 40 mil vehículos diarios.
La ciudad en sí combina un perfil industrial con una dinámica residencial. El emblema de esa identidad productiva fue SOMISA (Sociedad Mixta Siderúrgica Argentina). Inaugurada en 1947 y privatizada en los años noventa, la planta pasó a manos del Grupo Techint. Durante décadas fue el corazón obrero de San Nicolás, con más de 10.000 trabajadores directos. Aunque hoy apenas mantiene alrededor de 3.500 puestos de trabajo, su peso simbólico ya no es el mismo. “SOMISA representó la ciudad del acero, pero su declive coincidió con el auge del culto mariano”, explicó el investigador del CONICET Fabián Flores.
Ese quiebre industrial abrió la puerta a un nuevo eje identitario para San Nicolás: el santuario mariano. El fenómeno inició en 1983, cuando Gladys Quiroga de Motta, una vecina de 46 años, afirmó haber recibido las primeras apariciones de la Virgen en su propia casa. Según relató, la imagen le transmitió un pedido preciso: “Quiero estar en la ribera del Paraná”. La noticia corrió rápido en un distrito que atravesaba la crisis del modelo fabril y miles de vecinos comenzaron a acercarse a Gladys en busca de palabras, curación y consuelo. A partir de esos testimonios, la comunidad emprendió la construcción del santuario en terrenos vacíos a orillas del río, donde antes se levantaba la llamada Villa Pulmón. Con donaciones y aportes anónimos, las obras fueron avanzando y en pocos años el templo se erigió como nuevo corazón religioso de San Nicolás.

“Cuidamos la historia de San Nicolás, aunque la gente no le preste tanta atención”, aseguró Passaglia. Foto: Franco Vegnaduzzi.
La postal de la ciudad cambia por completo cada 25 de septiembre. Pero se siente desde el 21, cuando grupos de peregrinos parten hacia San Nicolás atravesando rutas, caminos y pequeñas ciudades. Algunos cargan mochilas y provisiones, otros llevan estampitas y banderas, todos con la mirada fija en el santuario. Para ellos, la Virgen del Rosario significa una guía cotidiana, intercesora y el motivo que sostiene su fe. Desde que el Vaticano reconoció en 2016 el carácter sobrenatural de las apariciones, su influencia se amplió. Las calles comienzan a llenarse de autos, colectivos y peregrinos a pie. Según estimaciones municipales, el templo recibe más de 1,5 millones de fieles al año, con picos de hasta 700.000 personas en un solo día. Hoteles se reservan con anticipación, los comercios modifican sus horarios y la ciudad entera se transforma.

Cada 24 a la medianoche, los peregrinos se reúnen en el playón del santuario para cantarle el feliz cumpleaños a la Virgen. Foto: Franco Vegnaduzzi.
El movimiento, además de espiritual, sostiene buena parte de la economía local. Restaurantes duplican su facturación, los remises funcionan sin pausa, las santerías se convierten en el epicentro de la demanda y hasta los vecinos improvisan baños o puestos de comida. “El turismo religioso fue, para muchos, la válvula de escape frente a la crisis industrial”, resume Fabián Flores, aludiendo a cómo, tras el declive de SOMISA, el fervor mariano abrió nuevas alternativas de subsistencia. Además, el turismo religioso obliga a la ciudad a remodelarse para retener a los visitantes. Passaglia reconoció: “La gente viene para la Virgen y, si no hay nada más, se va. Pero si encuentra un centro cuidado, el río integrado y eventos que la inviten a quedarse, la experiencia cambia”. También destacó que el desafío es transformar ese pico anual en una actividad sostenida. “Si fuese solo un día fuerte, no serviría. Cuando lo podés sostener, empieza a ser una actividad que genera oportunidades”, agregó.
En síntesis, San Nicolás aprendió a convivir con sus dos caras. Por un lado, la calma de una ciudad provinciana y, por el otro, la intensidad de convertirse en un centro de fe mariana. Entre ambos extremos late la vida cotidiana de los nicoleños, marcada por un fenómeno religioso, económico y cultural.
Por Franco Vegnaduzzi




